Apadrinada por Alfredo Prior
Con una selección de obras de los artistas Armando Rearte, Carlos Bissolino, Diana Aisemberg, Guillermo Conte, Juan Jose Cambre, Martin Reyna, Osvaldo Monzo, Rafael Bueno, Rodolfo Azaro, Sebastián Gordin, Sergio Avello, José Garofalo, Claudia Zemborain, Majo Okner y del mismo Prior, la muestra expresa el carácter de ruptura, festivo y exultante que caracterizó ese momento histórico cuyo ícono fue la recuperación de la democracia.
Artistas seleccionados por convocatoria de El Mirador Espacio
En esta segunda muestra, El Mirador Espacio se complace en ofrecer las obras de talentosos artistas jóvenes.
Las obras seleccionadas surgieron de una convocatoria realizada por el espacio luego de haber sido sometidas a un riguroso proceso de selección. El criterio fue privilegiar el talento por sobre los antecedentes del artista contemplando material inédito y un lenguaje propio que no se ajustara a las tendencias del arte.
El resultado fueron las obras de seis artistas que abarcan el idioma cifrado de la duplicidad y las sombras, reflejado en la serie de fotografías de Cristias Rosas; las probabilidades que se multiplican infinitas en las hojas de un otoño perenne en la obra de Ezequiel Montero Swinnen; la crudeza de una realidad que desafía al que observa en los retratos de Gabriela Lopez Trück; la serena inmensidad de los paisajes fotografiados por Natasha Skowronsky; los cuerpos cosidos de Agustina Alonso, vestuarios permanentes, que nos llevan a pensar en nuestro propio cuerpo y la imagen; los monstruos y personajes que soñó Gaspar Martínez y que perpetuó en el lienzo. La multiplicidad de las obras expuestas hacen de la muestra un todo plural que cautiva por su misterio, por su fragilidad y por su riqueza visual.
CÁTEDRA BISSOLINO
curada por Martín Dipaola
En la Historia de la Antigua Europa, la palabra bardo hacía referencia al poeta casi sagrado e inviolable que trasmitía historias y leyendas de sus pueblos. En la Argentina contemporánea, la palabra bardo proviene de las cárceles en donde los presos la usan en forma de código para generar dentro de los pabellones revueltas y motines En el Libro tibetano de los muertos, la palabra bardo refiere al estado de transición entre dos vidas, luego de la muerte y antes del próximo nacimiento. En el campo de la pintura, ese estado de transición es el que se puede apreciar en el movimiento pictórico expresionista, desplegado en esta muestra: es el momento de la acción creativa que se desprende espiritualmente de forma enérgica y que se deposita en la tela intermitentemente; es una visión subjetiva, una deformación emocional de la realidad a través del carácter expresivo de los medios plásticos, una concepción existencial liberada al mundo del espíritu que expresa la preocupación por el estado entre la vida y la muerte.
Las obras de los artistas reunidos en la exposición giran en torno a la pintura en estado salvaje, pinturas saturadas, densas, matéricas, abstracciones psicodélicas.
Las rabiosas obras de Leandro Ramírez parten de una fauna deformada. La pintura explota en la tela recargada con trazos electrizados, chorrea velozmente, sale del plano y genera imágenes de ensoñadas pesadillas. Ramírez afirma que sus pinturas no son mansas y decorativas, le interesa rodear y satirizar la domesticidad, la seguridad y la aparente neutralidad del arte en el campo social.
Lucas Welsh refleja distintos estados visuales, distorsionados. El color vibra y se envuelve en formas parásitas, orgánicas y matéricas. Superpone una geometría falaz que escapa la voluntad de mirar. Por sus pinturas o arquitecturas el espectador transita por elevadas sensaciones que escapan de lo real.
Los retratos y personajes Nicolás lillo son de extraña procedencia. Ultramega recargados de color, se derriten formando mutaciones de una cultura densa en estado putrefacto. Lillo nos cuenta que para magnificar esta revuelta lleva a cabo una serie de entorpecimientos pictóricos: el sobre-arrepentimiento, la tachadura, el empeoramiento bastardeado y velado en autorretratos modelados con un torrente de plus-vida multicolor.
Finalmente, las pinturas de Julieta Oro entran en estado explosivo de colores neutros y saturados. El pincel realiza su trayecto infinito sobre la tela explayándose libremente. Su obra no se preocupa por los aspectos formales de la pintura y sus características son el dinamismo y el sentimiento, es por esto que están impregnadas de un salvaje primitivismo, la esencia espiritual de la realidad combinada con la agresividad directa sin mediación del acto consciente.
DINO BRUZZONE, NICOLÁS BACAL, SEBASTIÁN DESBATS Y PATRICIO RIVERA
En el principio del universo existió el caos: según los griegos, de él surgió la Diosa de Todas las Cosas, quien separó el cielo del mar; según la cosmología física, un sordo big bang generó el espacio y el tiempo y a los dioses y a los que jugarían a ser dioses y pujarían por crear sus propios universos.
De ese primigenio material se compone esta muestra: de un caos que engendra, en palabras de Dino Bruzzone, lugares que tienen que ver con nociones de universo, de infinito, de vacío. Aquí la línea de Karman, que comúnmente divide la atmósfera y el espacio exterior, se disipa y se extravía para dar paso a los multiuniversos singulares de cada artista.
Nicolás Bacal nos introduce a la compleja y secreta matemática del tiempo, a su irónica relatividad: deja de medirlo por medio del pulso espástico de las agujas que giran en un tablero circular, hay una geometría del espacio-tiempo después de vos, le dice a un tú incógnito. Hay distancias, hay números transfinitos y también cifras sagradas, cuyo origen y significado desconocemos: 4440 veces vos, acumula.
La bruma y el silencio parecen ser algunas de las propiedades de la obra de Sebastián Desbats, esa bruma y ese silencio que nos conducen directamente al origen. Los cuerpos, humanos y no, se elevan dinámicos en el espacio o se transforman en la perspectiva de un telescopio, y el ojo común no alcanza a percibir las dimensiones a las que trascienden los objetos observados.
Dino Bruzzone quiere librarse de la rigidez del espacio que propone lo arquitectónico para crear, como dijimos antes, y alcanzar lo infinito, y utiliza lo lúdico para indicar un comienzo: la niñez de un cuestionamiento, la gestación de un interrogante. Bruzzone no nos da respuestas, nos invita a buscarlas con él.
Transitando el mismo camino, Fabián Ramos observa el espacio desde afuera y lo reconfigura, es casi ajeno a él, casi un extranjero; se sienta a observarlo, a reconstruirlo, a indagar en las dimensiones y buscar lo que deliberadamente éstas esconden pero no restringen, sino que aguardan a la visita de un guía que nos conducirá a explorarlas; Ramos es ese guía.
Patricio Rivera, por su parte, nos ofrece una estética cinematográfica que produce cierto extrañamiento en el que observa. A través de la ficción, crea una dimensión en la que el género de sus personajes no es del todo claro. La imaginación de Rivera prefigura un futuro en el que la noción de género no tendrá fronteras muy definidas.
En esta muestra, la fotografía nos invita a acercarnos a varios principios simultáneamente, a varios cosmos particulares en constante expansión.
Un universo de rouge, pañuelos y frivolidades con infusiones, en colores rosados como decorados decadentes de un dulce que no llega a la categoría de bombón.
Este universo decorativo, supuestamente poblado de conversaciones superfluas y sin interés al que no pocas veces se ha confinado a la mujer, si lo miramos en profundidad, descubriremos que tras la apariencia engañosa y naif de petit four se esconde lo irónico: ese material en apariencia endeble con el que las artistas se sumergen en sus obras, provoca e intimida al espectador, lo sume en un sueño de relativa inocencia.
Marina Sábato pinta criaturas y mujeres con las que urde una mitología propia, criaturas y mujeres que a veces se extravían en la aparente inocencia del color rosa, en la que aparece agazaparse algo que no se revela del todo.
En los retratos de Iara Kaumann Madelaire hay crudeza. En ellos, la desnudez se eleva a la categoría de metáfora y se expone una realidad terrible, inminente, maldita. Como las de ciertos franceses, sus obras son gérmenes del mal.
La desnudez, insinuada en algunas de las mujeres de Mónica Prior y explícita en otras, es en realidad el deseo de provocar, de desafiar. En sus cuadros, el Oriente parece representar lo incógnito, lo inexplorado.
En Petit four se conjugan las distintas caras de un universo femenino singular en el que habitan sin contraponerse la desnudez, la crueldad y la inocencia.
Con 25 años recién cumplidos y varias exposiciones y participaciones en proyectos online o impresos en su haber -desde ediciones independientes propias hasta proyectos de culto como It's Nice That, Clark o Beautiful Decay- Paul Loubet es un joven francés que no cabe más en la definición de "ilustrador". Con un estilo meticulosamente despretencioso y fuertemente autoral, se vale de una cuidada selección de referencias gráficas normalmente mal vistas como los dibujos ociosos más pueriles y pre-adolescentes de los años 80 y comienzo de los 90, de la cultura "hyper-rad" del surf y del skate, de los graffitis más feos junto a sus personajes más icónicos y del riquísimo universo visual de las historietas europeas más experimentales de Europa; suficiente información como para ni tener que aventurarse en el salvaje lenguaje visual de sus influencias musicales más eclécticas y oscuras que también se encuentran y codean en composiciones de verdadera antropología visual. Este cocktail de ingredientes baratos pero cuidadosamente estudiados resulta en un conjunto de obra extremadamente refrescante en el panorama del mundo del arte, que encuentra su vena en el arte urbano más undergound de Europa y no deja de convertirse en un ejemplo más de la seriedad con que se está instalando el humor en el arte contemporáneo.
En "Paul Loubet vs. Paul Loubet", su última exposición individual, el artista plasma magistralmente todos estos preceptos, con una aparente displiscencia y falta de pretensiones artísticas que resultan abrumadoras y encaminan a cada una de sus obras hacia unos imponentes y memorables manifiestos de obsesión, honestidad y cierta "joie de mal-vivre". Con cuatro acrílicos sobre tela, tres esculturas, un esmalte sobre chapa y una composición cerámica, se trata de una muestra clave para entender y apreciar sin prejuicios esta nueva generación de artistas gráficos, con varios referentes nacionales, que va encontrando con calma su merecido lugar en las salas de galerías y museos del mundo, a fuerza de risas y algunas indigestiones ocasionales.
MARIANE BERSTEN
Las fotografías que componen la muestra integran un proyecto por el que la artista recibió la beca del Fondo Nacional de las Artes. Apadrinada por el pintor argentino Alfredo Prior, la artista exhibió el proyecto en la Maison D’Argentine en París.
El proyecto evoca y nos cuenta la historia de la vieja laguna Melincué, testigo mudo de dos relatos en apariencia paralelos.
Por un lado, la leyenda del cacique Melín, su mujer Nube Azul y su hijo Cué, masacrados impiadosamente junto a los suyos por el ejército argentino. A la matanza sobrevivieron Cué y su madre, quien maldijo las aguas de la laguna y las tierras que la rodean.
Por el otro, la laguna fue alguna vez sede de un hotel termal al que acudían familias de la alta sociedad argentina en busca una cura terapéutica. Pero ya hacia finales de la década de 1970, la maldición antigua de la mujer india se apoderó de la aguas, anegó al pueblo por varios años y arrasó con el hotel por completo, al cual, desde entonces, sólo lo habitan sus fantasmas.
En esta última historia se centra el proyecto. En él se materializan el misterio y la luz clara de antiguos fantasmas.
Las tomas son profundas e intensas. Hay fotos de formato pequeño que vislumbran un ocaso intrigante en el que, a la distancia, se recorta la silueta de las ruinas del hotel. En otras, de formato grande, la figura de los personajes se agiganta con el fin de que, en palabras de la propia artista, “estos fantasmas sean más grandes que las personas”. Mariana Bersten nos dice que le “parece importante trabajar con la escala como modo de convertir la fantasía en realidad”.
Los personajes de época, perfectamente delineados, son otro hallazgo certero del proyecto: una mujer lánguida recostada sobre las rocas, otra nos desafía con un rostro en el que la fotógrafa captó lo irónicamente malvado; hombres melancólicos que tocan la flauta, o que elevan su cuerpo ahora etéreo por medio de globos.
La obra es felizmente un cuento exquisito narrado en secuencias que nos transportan y que nos permiten habitar un pasado que la artista pone a disposición del espectador; es, tal como señal ó Alfredo Prior, un “dardo certero en el lugar incierto: crónica fantasmática de algún pueblo perdido. He ahí la imagen de Mariana detenida, entre un flash y su recuerdo”.
Mariana Bersten (Buenos Aires, 1975) estudia Fotografía en International Center of Photography en New York desde 1996 y estudia Arte en Empire State College en New York, ciudad donde reside hasta el 2007. Trabaja como asistente de David Lachapelle, fotógrafa de modas para las agencias Ford, Elite y para revistas de moda tales como Nylon, Black Book, Neo 2 y Abarna. Exhibe sus fotografías en International Center of Photography en New York, el Centro de la imagen en México, Praxis Buenos Aires y Praxis Miami. Fue premiada por ASMP (American Society of Media Photographers), APA (AdvertisingPhotographers of America), Becada en el 2008 por el LIPAC Buenos Aires. En el 2009, obtuvo el primer premio en la bienal de Bahía Blanca. Actualmente, la representa la galería CVZ contemporary Art en New York City.